Análisis Rise of the Ronin – Cuando Japón cambió para siempre

A lo largo de la historia, los grandes imperios de la humanidad han sufrido cambios convulsivos que han trastocado a mundo entero. Aquí entra en juego la figura del «Conquistador», y algunos han pasado a la historia por sus increíbles hazañas, por su astucia o poderío militar a la hora de someter a otros pueblos y extender su domino por esos territorios.

Algunos se han valido de la violencia tradicional, de la batalla en crudo. Aquí tenemos a Alejandro Magno, hijo de Filipo II, considerado el más grande conquistador de la historia por unificar a las ciudades-estado griegas y conquistando después el imperio Aqueménida, Anatolia, Siria, Fenicia, Judea, Gaza, Egipto y Bactriana, llegando incluso a la India. Lo interesante de historias como estas (las hay, y muchas: Gengis Kan, Julio César e incluso Adolf Hitler) es que los conquistados no solo pierden hombres en batalla, sino también, en muchos casos, su cultura, religión y gobierno se diluyen una vez la cultura del enemigo echa raíces por esos lares. Es por esa razón que en los tiempos de Alejandro Magno y hasta mucho tiempo después, la mayor parte del mundo civilizado hablaba Griego como lengua común. En ese sentido, la conquista se convirtió en algo más, pues borró de la existencia las raíces que habían caracterizado a otras potencias mundiales durante cientos de años.

Y existe otra historia más reciente que tiene un tinte similar y que constituye la base del argumento de Rise of the Ronin; una época histórica marcada en el calendario como el día en que Japón se abrió al mundo, perdiendo así gran parte de sus valores tradicionales, siendo «conquistado» de una manera sutil, utilizando el comercio como arma.

El nuevo ARPG del Team Ninja trata de representar Japón en una época convulsa, no solo utilizando los acontecimientos que cambiaron el curso de la nación a mediados del siglo XIX, sino también el momento donde el último estertor de su sistema feudal y el shogunato daban un último coletazo antes de desaparecer. Las tensiones internas entre los defensores y detractores del Shogun, las ambiciones de los comerciantes ingleses por pisar Japón y extender su influencia en ese mercado y el barbarismo de aquellos que quedaban en posiciones vulnerables son los ejes centrales sobre los que se extiende una trama pocas veces abordada en un videojuego.

En este aspecto, nos ha encantado cómo Team Ninja se ha esforzado en representar esos acontecimientos históricos y hacernos partícipes de ellos, dándonos la oportunidad de unirnos a las diferentes facciones que presenta el juego, e incluso jugar a dos bandas si así lo deseamos. En todo este enzarzado político aparece nuestra figura de nuestro Ronin -el clásico Samurái sin señor- que ve cómo los valores característicos del Japón feudal se van deshaciendo y nos tocará tomar partido, espada en mano, en esta maraña de intrigas palaciegas.

La puesta en escena no puede ser más atractiva a nivel argumental, pues como decimos, se trata de una época muy concreta que no se ha explorado demasiado y que refleja muy bien la caída del Samurái en contraste con el auge representado en juegos como Ghost of Tsushima.

¿El problema? De nuevo, un mundo abierto que nos ofrece una ilusión de libertad y nos la arrebata con encargos y misiones tontísimas de recadero del tres al cuarto, haciendo favores para nuestro amigo el fotógrafo o nuestra amiga la Geisha -quienes por cierto, están muy bien representadas a nivel argumental-. Entrando en detalles, Rise of the Ronin se toma muy en serio algunas de sus facetas -no podemos esperar menos de un equipo de desarrollo que tiene la palabra Ninja en su nombre-, pero se rompe al poner delante de nosotros un mundo abierto que nos ofrece una teórica libertad de elección, pero cuando traicionamos a uno de nuestros amigos por jugar a dos bandas y nos toca enfrentarnos a él en un duelo poético digno de las mejores películas de Akira Kurosawa, una vez el duelo finaliza y llega el día siguiente, este no recuerde nada y siga ofreciéndonos encargos como si tal cosa. Es aquí donde acaba esa ficticia libertad, que va más allá de cabalgar horizontes llenos de cerezos en flor en un mundo abierto «Ubisoft Style». No obstante, las misiones principales suelen estar mucho mejor trabajadas, aunque el juego nunca termina por ofrecer una épica acorde con los acontecimientos que presenta. Tal vez el argumento se dispersa demasiado al presentarnos a tantos personajes, donde todos ellos quieren tener su dosis de protagonismo, y aunque en su mayoría resultan carismáticos -imprescindible hacer sus misiones- acaban sofocando un argumento que podía dar más de sí, pues nuestro protagonista queda «de palo» y metido con calzador. El caso es que el juego lo intenta, pues tiene muchas cinemáticas, muertes y giros de guion, pero hemos sentido cómo esos momentos álgidos no ofrecen un impacto emocional en el jugador.

Lo cierto es que Rise of the Ronin es el debut de Team Ninja en juegos de mundo abierto. Los autores de Nioh dejan atrás los caminos marcados para ofrecer al jugador esas dosis de exploración tan apreciadas, y como debutantes no debemos echarles muchas cosas en cara, puesto que las novatadas se pagan y más aún si tu fuente de inspiración es un estudio conocido por reventar el mapa con miles de puntos de interés. En Ronin, como en muchos otros juegos del estilo, nos tocará despejar zonas controladas por el enemigo para que sus gentes vuelvan a ocuparlas, rezar en algún santuario para obtener puntos de habilidad, descubrir monumentos e, incluso, acariciar gatitos.

Sobre este tipo de contenido no podemos añadir nada que no diríamos sobre otros títulos, porque el mundo abierto de Rise of the Ronin es de manual, uno bien hecho a nivel artístico, donde parece perder el sentido al entramparnos con encargos cutres en los que el premio a recibir es ese arma dorada que nos da una potente bonificación, y esto se nota muchísimo en combate debido a la exagerada cantidad de «loot» que obtenemos a cada rato, pero se pierde en su monotonía.

Igual que sucedía en Nioh, Team Ninja no ha escatimado en ofrecer toneladas de equipamiento en forma de sandalias que nos dan una defensa de un 2’5% ante ataques a distancia, o unos guantes que agilizan nuestra puntería. Y cuando decimos toneladas, creednos, son toneladas de objetos equipables que muchos irán al herrero para ser desguazados y ganar material para mejorar el equipo que realmente nos guste. En esta faceta, y a pesar de tener un inventario a reventar, nos ha gustado mucho porque, además, todos ellos tienen una función estética en nuestro personaje.

Y como no podía ser de otra manera, el auténtico «entrecot con patatas» del juego es su sistema de combate. No podíamos esperar menos de los autores de Nioh y Wo Long, pues el combate de Rise of the Ronin es serio, espectacular y contundente, a la vez que ofrece un reto mayúsculo incluso en nivel de dificultad normal. Y sin embargo, Ronin no es Nioh ni Wo Long; no abruma al jugador con mecánicas impropias y metidas con calzador en un juego que pretende ser histórico en su contexto, pues atrás quedan las habilidades elementales y otras florituras místicas.

Pero tampoco es un simulador. De hecho, podemos hacer parry a las balas porque sí, y si lo conseguimos nuestra espada quedará imbuida en fuego temporalmente; también porque sí. Afortunadamente, esta es de las poquísimas licencias fantásticas que se toma el juego para representar un combate pulido e increíblemente satisfactorio. Su complejidad no radica en una enorme selección de posturas o habilidades -que también están ahí, aunque en cantidades moderadas-, sino en cómo usar nuestros reflejos para ejecutar un parry perfecto a cada estocada enemiga hasta agotar su Ki, romper su defensa y asestar un crítico demoledor. Y la cosa se complica, porque cuando aparecen dos, tres, ocho y más enemigos a la vez, hay que saber combinar nuestra postura y estilo de combate según el enemigo, pues algunos serán débiles o fuertes según su equipamiento o estilo. Un gran acierto, a pesar de que el juego nos hace pagar el peaje de tener reflejos felinos, especialmente en dificultades más altas, y más encarecidamente al enfrentarnos a jefes que son capaces de hacer combos de diez golpes o más.

El combate es así, visceral y sangriento, y su virtud radica en la posibilidad real de ejecutar combos con soltura, cambiar de postura, hacer parrys perfectos y volver a arremeter contra el enemigo usando alguna técnica especial. Es así de espectacular y excitante. Pero los errores de cálculo se pagan caros, pues los enemigos pueden engancharnos en combos de seis o siete golpes cuyo tiempo entre acciones es cambiante, y nos obliga a aprender patrones si no queremos ver la pantalla de Game Over a menudo. Y tener por seguro que así será.

Otros detalles muy interesantes consisten en el pánico que podemos infundir a los enemigos cercanos cuando asestamos un golpe mortal, quedando paralizados y siendo estos presa fácil de nuestra espada. Por otro lado está el medidor de sangre, pero no la nuestra, sino la sangre que baña nuestra espada después de hacer trizas a un enemigo y que, agotado nuestro Ki -básicamente, la barra de resistencia- después de un ataque este se rellena si pulsamos R1 con rapidez, permitiéndonos seguir golpeando, esquivando y haciendo parrys en una interminable sucesión de golpes.

Por si fuera poco, el juego nos ofrece multitud de armas principales y secundarias como katanas, naginatas, mandobles, rifles occidentales, shurikens o el clásico arco largo japonés para matar en silencio. También existe la posibilidad de utilizar el sigilo para limpiar un poco la zona, y nos ha sorprendido para bien algunas de las mecánicas utilizadas, como el uso del gancho para ahorcar a un enemigo desde un tejado.

Y antes de terminar con el combate, debemos añadir algo que nos ha parecido también un acierto: la posibilidad de combatir junto a un amigo de forma online. Y aunque esto está limitado a las misiones principales, jugar en línea se convierte en un reclamo interesante. Por otra parte, contamos con la ayuda de algunos NPCs aliados si no queremos jugar con nadie. Por suerte, esos aliados controlados por la IA reparten que da gusto y son una verdadera ayuda en combate.

Dejando el combate a un lado, otro aspecto del juego bien integrado es la posibilidad de ganarnos la amistad de nuestros compañeros y aliados haciéndoles regalos o realizando encargos. Es similar a lo visto en juegos como Persona o Fire Emblem Three Houses, con unos puntos de vínculo que desbloquearán conversaciones y escenas a las que solo podemos acceder cuando nos curramos su amistad. Es aquí cuando cuando los personajes secundarios despliegan su carisma, en mayor o menor medida. Aun así, la inclusión del elemento de «simulador social» nos ha parecido un buen añadido.

Y llega el punto crítico de este análisis, un punto que siempre dejamos para el final por ser, en nuestra opinión, el asunto más «mundano» y aquel con el que solemos ser misericordiosos: el apartado técnico. Y lamentablemente, Rise of the Ronin llega muy justito al aprobado y se salva gracias a su diseño de arte. Porque la representación del Japón del siglo XIX es exquisita, con una recreación de las ciudades casi perfecta, con sus embajadas, puertos y centros cívicos más concurridos junto con otras edificaciones propias del japón clásico como templos, dojos o casitas de madera destinadas a desaparecer ante la «invasión» silenciosa de occidente. También es reseñable a nivel artístico lo bonitos que son los escenarios, las campiñas verdes adornadas de cerezos, así como el clima dinámico que cambia la estampa de un momento a otro.

Todo lo anterior merece encomio por el gran trabajo de documentación y realización artística, pero cuando nos vemos cabalgando campo a través y observamos las torpes animaciones de nuestro caballo, cuando se inicia un diálogo y vemos los rostros inexpresivos de los personajes, las texturas y modelados justitos de todos los elementos, es entonces cuando el juego nos rompe la «magia». Porque sinceramente, teniendo en PS5 juegos de corte similar como Ghost of Tsushima, no comprendemos cómo Rise of the Ronin puede llegar casi descalzo en este aspecto a estas alturas de generación.

Luego está el rendimiento técnico, y aquí nos hemos llevado otro chasco. El modo a 60fps resulta inconsistente y adolece de un «stuttering» tremendo -esto es, básicamente, micro parones en la imagen-, y aunque los parches que ha recibido el juego hasta ahora han atenuado un poco ese defecto, sigue estando presente especialmente en la exploración libre. Por otra parte, en el modo resolución a pesar de ganar nitidez y ofrecer 30 frames -en este modo no hemos notado sttutering- el juego sigue siendo un patito feo pues en combate es muy deseable la agilidad de los 60 cuadros. Cuando estamos en batalla, sin embargo, no hemos notado ningún problema de rendimiento, todo sea dicho.

En conclusión, Rise of the Ronin nos ha parecido un buen RPG de acción, donde el combate ágil, potente y sangriento está construido con finura, y el diseño artístico representa muy bien la época en la que se basa su argumento. Existen muchas tareas por hacer, desde esos encargos tontorrones clásicos del mundo abierto más soso hasta misiones cuya cuota de acción sube desorbitadamente y el juego ofrece su mejor cara. Y sin embargo, en la otra cara de la moneda, tenemos un juego muy justito técnicamente y con unas animaciones reguleras en según qué caso y unos modelados y texturas que no alcanzan el estándar de la consola. Por cierto, el juego llega doblado al castellano y aunque agradecemos mucho el esfuerzo, de nuevo, existen muchos contrastes en la calidad de las voces.

Definitivamente, si eres fan del Japón feudal y de la figura del Samurái, Rise of the Ronin te permite vivir los acontecimientos que marcaron a la nación en el siglo XIX, con el declive de la cultura japonesa como protagonista y con personajes históricos reales a los que conocer en un argumento que resulta muy interesante. Por esta razón, y por su excelente sistema de combate y looteo, el juego merece la pena. Los altibajos ahí están, pero creemos sinceramente que los pros superan a los contras y que Ronin es un juego que todo fan de las batallas épicas de Samuráis disfrutarán sin ninguna duda.

Ah, y podemos planear con una «paravela». ¿De qué nos suena esto?

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